Paloma Alonso-Stuyck, psicóloga especialista en relaciones familiares, Universitat Internacional de Catalunya
Quien más quien menos, al hacer balance de este último año se habrá preguntado si a raíz de la pandemia hemos progresado o por el contrario nuestra creatividad ha quedado congelada. La corriente Zen aporta un sugerente significado del término crisis: peligro-oportunidad, muy similar a la conocida sentencia occidental que afirma que la virtud se fortalece en la dificultad, y al refrán popular: “a grandes males, grandes remedios”. Aun así, constatamos que en esta encrucijada, mientras unos se paralizan, otros se reinventan.
En parte se debe a que la creatividad fluye del balance inconsciente ante algo que no resulta tan fácil como para aburrir ni tan difícil como para abatir: en ese punto medio la sitúa Mihaly Csikszentmihalyi en su obra Fluir: Una psicología de la felicidad (2008). También remite a que la resiliencia, esa capacidad de mantenerse en pie frente a las dificultades, se distribuye en la población siguiendo la curva normal: un tercio de personas se rompe, otros simplemente sobreviven y al 30% restante le sirve para dejar aflorar su mejor yo.
Ante la tarea de reinventarse, la etimología creceré sugiere un germinar de ideas novedosas, recurso muy útil para navegar en nuestra sociedad líquida acelerada y cambiante, como explica Zygmunt Bauman en su obra Amor líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos (2003). Y es que los factores que integran el proceso creativo: originalidad, fluidez, imaginación, flexibilidad, transformación, pensamiento divergente, etc. se van consolidando en nuestra biografía con distintos matices; en la infancia la imaginación, la transformación en la adolescencia y el pensamiento divergente en la madurez.
Tipos de creatividad y de bloqueo
Aun así, cada uno somos creativos a nuestra manera (como cantaba Sinatra en My way): unos cultivando la inteligencia –humanistas y filósofos– otros la sensibilidad –artistas– y la técnica –ejecutivos. Los bloqueos son también distintos: el temor ante una hoja en blanco, la insensibilidad o la repetición rutinaria. Como en cualquier miedo, su origen emocional exige superarlo con la emoción contraria: la experiencia serena de que, a pesar de la incertidumbre, es posible crear. La era de la imagen no lleva al sosiego que procede de la reflexión personal, de ahí el auge del mindfulness.
Un remedio sencillo para estimular la creatividad es agradecer el don de la vida, convencidos de que todos somos geniales de alguna manera. Así surge una sana inquietud por devolver algo de lo que hemos recibido; de alguna manera se lo debemos a nuestra familia y sociedad. Otro elemento de éxito es el sentido del humor, no tomarse a uno mismo demasiado en serio atenúa la ansiedad y fortalece el sistema inmunitario, reduce la realidad a su verdadera dimensión y quita dramatismo a los problemas. Así uno está en condiciones revelar todo su potencial, de amar lo que hace y descubrir su auténtico sentido.
También nos ayuda conectar con el niño que todos llevamos dentro y querer aprender de todos, fomentar una mirada apreciativa, como defiende Álex Rovira. Esa capacidad de admiración permite tunear creativamente lo recibido y mejorarlo. Ahí la perseverancia en el trabajo diario tiene un gran papel. Como le gustaba decir a Picasso: que la inspiración nos pille trabajando.
Equilibrio rutina-novedad
La sabiduría está en encontrar un equilibrio entre las pequeñas rutinas —que ahorran energía mental– y una apertura flexible a nuevos métodos. Siempre, pero más si cabe en los momentos difíciles, comprobamos que no seríamos los mismos sin nuestra gente. Estamos tejidos con hebras de amistades, decisiones, encuentros, sueños y expectativas… Esa urdimbre creativa es la aceptación personal. Cuando el centro de gravedad lo tenemos dentro, nos abrimos al encuentro profundo con la realidad, con los demás y su obra, emanando así una interacción creativa.
Trabajar de manera colaborativa, pedir opinión, escuchar… estimula el proceso creativo. Como expone Edward de Bono en su obra Seis sombreros para pensar, las sinergias del thinking group refuerzan el potencial individual y promueven soluciones más complejas. Hace ya algún tiempo que el ciberespacio –con sus redes, blogs, webs– amplía nuestro ámbito de comunicación y puede ayudar a reactivar el ritmo vital cuando se nubla de rutina o cansancio, siempre que no sea una evasión.
Para crecer en estas actitudes conviene conocer el perfil personal, descubrir el color del sombrero creativo: saber si se crea en blanco, buscando la verdad como un filósofo; en rojo, a través de las emociones; en negro, detallando el método; en amarillo, con una especulación variada y constructiva; en verde, por medio del movimiento y el pensamiento lateral; o en azul, buscando síntesis conclusivas que permitan controlar y seguir los proyectos. Partir de quienes somos nos permite aprender y crear con los demás.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.