Bárbara Gil-Luciano, profesora de Psicología Clínica, Universidad Nebrija
Mario y unos amigos estaban viajando en carro cuando, de pronto, el conductor comenzó a trastear su teléfono para poner música. Su compañero, de copiloto, le indicó: “¡Mario! ¡A la carretera! Ya pongo yo la música”. Entonces soltó el teléfono y volvió a dirigir ambas manos al volante y los ojos a la carretera.
Este ejemplo tan cotidiano representa un proceso que nos permite sobrevivir: poner la conducta bajo control o al servicio de estímulos que simbolizan lo relevante para el individuo en el momento. Si Mario no sitúa su conducta bajo control del timón y de la carretera, tanto él como sus amigos podrían tener un accidente y morir.
A lo largo de la historia de la humanidad (y, dentro de esta, de la ciencia) se mira, analiza y aborda un mismo proceso de distintos modos, desde ángulos diferentes. Sin embargo, el proceso sigue siendo uno. Con mindfulness sucede algo similar. ¿Qué es mindfulness? ¿Qué no es? Establecer un consenso que otorgue una definición precisa ha sido difícil por varias razones.
Diferentes acepciones para una misma habilidad
Se ha definido con múltiples acepciones sin aclarar si significan lo mismo entre ellas: conciencia, atención o concentración al momento presente, aceptación o actitud no evaluadora, meditación.
Algunas veces se indica que se trata de la habilidad de atender y notar experiencias internas (pensamientos, sensaciones, emociones). Otras, darse cuenta de qué hacemos cuando nos surgen emociones. Y, a veces, también se indica que mindfulness es ambas cosas.
En cuanto a su función, a veces se dice que sirve para modificar estados de ánimo como estrés y ansiedad. Otras, para reducir comportamientos problemáticas o potenciar otros más beneficiosos. Asimismo, también hay quien confirma que su objetivo es lograr ambas cosas.
Según los objetivos que persiga, la práctica de mindfulness es eficaz, pero sus beneficios son objeto de controversia y no están del todo delimitados. Además, se utiliza prácticamente en todos los ámbitos en los que se desenvuelve el ser humano (y por ende su conducta): clínico, laboral, educativo, deportivo, etcétera. Su expansión se ha dilatado tanto como confusión e imprecisión hay en su definición técnica y mecanismos de cambio. En conjunto, la confusión teórico-práctica producto de este escenario ha promovido que, en general, se haya investigado con falta de rigurosidad, como veremos más adelante.
Una mirada científica a la práctica de mindfulness
Entonces, ¿qué es mindfulness? La mayoría de los métodos hunden sus raíces en las enseñanzas budistas, que lo centran en la conciencia, atención o meditación del momento presente. Esta definición se ha ido abordando bajo diferentes conceptos y para diferentes objetivos, como indicábamos.
Sin embargo, los últimos años han visto nacer un análisis científico en el que, entre otros, se ha tratado de desgranar e indagar en los procesos psicológicos que están en la base de esta práctica.
En esa línea, una definición más técnica y precisa podemos encontrarla en la terapia contextual o Terapia de Aceptación y Compromiso, la más representativa de las llamadas terapias de tercera generación de intervención psicológica. La terapia contextual ajusta sus herramientas al conocimiento científico de los procesos y mecanismos de cambio psicológico que se investigan desde hace más de dos décadas mediante la teoría de la cognición y lenguaje (teoría en la que la terapia se sustenta). Los avances en la investigación han permitido abordar las emociones y cómo estas pueden impactar en lo que hacemos.
En ese sentido, al servicio de la intervención psicológica se han ido desgranando los procesos y mecanismos que fomentan el cambio terapéutico. Para ello, una de las estrategias centrales que se utiliza en la terapia contextual es ‘defusion’, que abarca el procedimiento de mindfulness desde el punto de vista científico en el análisis y manejo de los procesos y mecanismos psicológicos.
Bajo dicho ángulo técnico, mindfulness (o defusion) es la habilidad de situar la atención en notar qué pensamientos o sensaciones (reunidos en emociones) emergen en el momento y si invitan o piden hacer algo, identificar quién nota todo eso, y qué sería lo más relevante que podríamos hacer en ese momento.
Lo crucial de este movimiento es esto último: ¿Qué nos demanda cada presente, en términos de qué hacer? El objetivo final es hacer lo conectado a nuestros valores personales, a aquello que más nos importa y que redundará en nuestro bienestar emocional.
Cómo practicarlo adecuadamente
Los estudios experimentales nos indican que, cuando se entrena hacia dicho objetivo, de este modo, y de forma sistemática y consistente, se potencian repertorios de comportamientos mucho más flexibles. Con ello, a medio o largo plazo, también mejora el bienestar emocional.
No obstante, si únicamente se entrena al individuo a “notar” pensamientos y emociones, sin fomentar que actúe a continuación de un modo que sea el que le beneficie acorde a lo relevante, los resultados son contraproducentes. Por ejemplo, aprendemos a estar en excesiva “alerta” ante aquello que pensamos y sentimos, o a rumiar en exceso, entre otros problemas.
Como cualquier habilidad, esta necesita práctica constante para convertirse en hábito. Es un modo general de funcionamiento en la vida, especialmente en aquellos momentos en los que surgen pensamientos, sensaciones y emociones que nos invitan a poner en marcha comportamientos contraproducentes.
Aprender a través de aplicaciones móviles
Precisamente en el ánimo de convertir habilidad en hábito, la incorporación de los dispositivos móviles en nuestro día a día ha impulsado la creación de múltiples aplicaciones de entrenamiento para esta práctica.
La ventaja parece clara: es un dispositivo que acompaña a la persona las veinticuatro horas del día, permitiéndole practicar en cualquier instante, bajo casi cualquier circunstancia.
No obstante, las aplicaciones desarrolladas construyen el entrenamiento en base a la concepción que cada una tiene del mindfulness. Aquí, el problema anteriormente expuesto se manifiesta de nuevo.
Algunas, como Meditopia o Gurumind, parecen centrarse en disminuir el malestar emocional (ansiedad y estrés). Mientras, otras como Headspace, Petit Bambou, Meyo o Aire Fresco, parecen además incidir en la modificación de comportamientos problemáticos ante el malestar emocional. De nuevo, como hemos visto, aquellas aplicaciones que incluyan en el entrenamiento que la persona identifique y modifique conductas problemáticas serían más eficaces en la mejora de su bienestar emocional.
Aire Fresco, por ejemplo, es una aplicación española sometida a estudio cuyo impacto parece ser beneficioso en la mejora de la satisfacción vital (rendimiento laboral, logro de metas o relacionales sociales) y características de la personalidad (autocontrol, creatividad, etcétera). No obstante, más allá de medir este impacto a través de cuestionarios sería recomendable utilizar medidas conductuales.
En definitiva, aquellos entrenamientos que contengan los pasos científicamente validados y que estén disponibles para la persona de modo constante a través de dispositivos es una promesa que dará resultados muy demandados en todos los ámbitos de actuación humana.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.