Imagínense a una niña corriendo por los corredores de un teatro construido en 1936, y que en la década de los ‘70 se convirtió cine. Poder ver desde su inocencia cómo sale la gente de una sala con las emociones en el rostro provocadas por una película.
Así fue la infancia de Patricia Rosenberg, quien conoce el Teatro Lux como a la palma de su mano. Sus recuerdos evocan la época en la que su padre estaba en el negocio del cine y decidió comprar el edificio donde en ese entonces funcionaba el cine Lux, por la década de los ‘70.
Originalmente el Teatro Lux tenía capacidad para dos mil personas, pero el boom del cine obligó a los dueños a transformar el edificio “era un espacio bastante grande, pero por el boom del cine, se decidió cerrar los balcones y hacer cuatro salas arriba y dejar la sala principal como el cine más grande, así funcionó por muchos años”, explica Patricia.
Cuando murió su padre, su mamá se quedó a cargo del negocio y luego decidieron alquilar el espacio a la empresa de cines Circuito Alba quien lo administró por más de 20 años. Pero esto deterioró mucho al edificio y fue hasta en 2012 que Patricia decidió recuperar el espacio donde había crecido.
Este año se cumplen seis años desde que Patricia administra el Teatro Lux. La niña que soñaba con hacer cine y que estudió para eso, a la que le gusta la danza y que fue directora de teatro en el centro cultural del IGA, pasó a ser la directora de uno de los espacios culturales más importantes del Centro Histórico.
Su oficina está entre las tablas de esa gran sala que ahora tiene capacidad para 585 personas. Reconoce cada espacio de ese lugar mientras se pasea entre la escenografía de la producción que ahora se encuentra en cartelera “La Obra que Sale Mal”.
¿Cómo ha sido la experiencia de ser directora de un teatro como el Lux?
Muy bonita, con mi socia en Saravanda Producciones queríamos hacer musicales, empezamos con Mamma Mía y nunca pensamos que iba a venir la cantidad de gente que vino porque era la zona uno y teníamos esa idea que la gente no viene a zona uno. Pero sabíamos que si hacíamos un proyecto bien hecho, la gente iba a venir y eso fue lo que sucedió. Poco a poco hemos ido creando público para que se presenten cosas de buena calidad en el escenario.
En realidad estudiaste para ser directora de cine ¿cómo terminaste en el teatro?
Abandoné por completo el cine porque me enamoré del teatro en vivo. Toda mi infancia soñé con ser directora de cine porque era mi formato favorito y estudié eso, pero cuando regresé a Guatemala en los 90 los presupuestos de cine eran estratosféricos, estaba en esas cuando vi una obra de teatro que se llama Metamorfosis y me llamó mucho la atención porque era una historia de la mitología griega contada contemporáneamente, ahí dije que en lo que miraba qué hacer con el cine, sería directora de teatro y me quedé aquí.
¿Cuáles son las diferencias que ves entre cine y teatro?
En el cine tienes muchísimas oportunidades de perfeccionar la toma, pero en el teatro es como una montaña rusa, empieza hasta que termine. Sea como sea, tienes que salir. Además todas las funciones son diferentes porque el público que viene da cierta energía y eso fue lo que más me gustó porque nunca hay una función igual, me fascinó el formato y decidí dejar el cine para otros expertos.
Cuando alguien dice que se quiere dedicar al cine, muchos piensan que se refieren a la actuación ¿porqué ser directora específicamente?
Es cierto… pero desde chiquita, cuando leía un libro siempre tenía una imagen mental de cómo podía montarlo. Creo que esa habilidad de tener un todo y luego rellenarlo con detalles lo tienes que ver de fuera, a mí se me haría muy difícil estar actuando y dirigiendo, prefiero tener el control desde fuera.
¿Qué retos encontraste al pasar de ser directora de teatro a directora de un teatro?
Es un reto grande y vas aprendiendo en el camino. Estos cinco años han sido de aprendizaje y como dice mi mamá, el negocio de cine solo es de poner una película, cobras y adiós. En cambio, aquí es mantenimiento del piso, de las luces, equipo, estar al día de la tecnología porque ahora es todo digital y antes era análogo, me empapé del tema, no tenía idea de cómo manejar un teatro hasta que me tocó (risas).
¿Cómo eliges las obras que se van a presentar?
Es difícil y eso incluye el próximo proyecto que tengo que es empezar a formar productores. Yo sé que todo el mundo se lanza y tiene las agallas para meterse en un proyecto cultural y es difícil porque nunca sabes si vas a sacar los costos o no. Pero necesito productores, con buenas ideas y buenos proyectos para que tengamos una agenda más congruente durante todo el año.
En Guatemala existe el estigma que el teatro de aquí es de mala comedia, pero ahorita estás presentando una obra que es una comedia diferente ¿cómo lo recibe el público?
Cuesta porque la gente está acostumbrada a una comedia fácil que no quiere decir que sea mala, pero a mi me gusta más la comedia un poco más sofisticada, por eso busco proyectos como La Obra que Sale Mal, que tiene comedia física que es fácil para el público pero con una temática un poco más compleja y con el texto que es una maravilla.
¿Cuál ha sido la producción que más te ha sorprendido?
La primera, Mamma Mía. Fue impresionante, ni lo esperábamos. Se nos llenaba todas las funciones y la respuesta de la gente fue increíble. Creo que vinieron un poco más de 5 mil personas en toda la temporada.
¿Que tipo de producciones podemos encontrar en el teatro este año?
Viene Willy Monsanto con una obra, Quinta Columna montará un musical, ellos son de las empresas más grandes que trabaja producciones de temporada escolar, Jefrey Lemus que hará musicales y en septiembre montaremos una obra infantil con Saravandah. Además estoy hablando con Panchorizo para que pueda hacer una temporada aquí… lo que yo busco son productores con buenos proyectos para que podamos tener una temporada con buenas obras.
¡Que lo distinto te encuentre!