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San Cristóbal es un pequeño municipio de Alta Verapaz que se ubica dentro del corredor del Bosque Nuboso, hogar de cientos de quetzales y muchas especies más. Dentro de su Plaza Central hay una pequeña pileta que se llena de agua en los primeros días de diciembre que sirve para refrescar a las aves que pasean por ahí y para que pueda auxiliar a los quemados de una de las fiestas más importantes del pueblo.
Durante el día, la plaza luce normal dentro de su cotidianidad. Pero en la noche, el olor a gasolina y las bolas de fuego que vuelan por los aires, hacen del Parque Central un escenario apocalíptico.
Se trata de una de las tradiciones más extremas que pueden haber el 8 de diciembre en Guatemala. En algunos lugares se queman piñatas gigantes, en otros se baila a la Virgen de Concepción junto con una comparsa de diablitos, pero en San Cristóbal se vuelan bolas de fuego hechas de ropa vieja y mucho material inflamable.
Cuando ingresa la procesión de la Concepción y al terminar la misa de las siete de la noche, el Parque Central y sus alrededores se convierten en una zona de guerra.
Este año, mientras las primeras bolas empezaban a volar, un bar ubicado en la esquina del parque se encargó de amenizar el momento con canciones de rock. Sonaba Ricardo Andrade cuando prendían las bolas y para los momentos más álgidos estaba la música de Metallica y ACDC.
Los participantes tienen guantes de cuero para no quemarse. Foto: M. España Las bolas pueden estar prendidas hasta por media hora. Foto: M. España La familia Coy se prepara antes de salir. Foto: M. España Las bolas están hechas de ropa vieja, alambre y mucha gasolina. Foto: M. España El Parque Central es el punto de encuentro. Foto: M. España Un niño observa cómo juegan con las bolas de fuego. Foto: M. España Dos jugadores posan antes de tirar esa bola. Foto: M. España Los jugadores se mojan los pies y la ropa para evitar quemarse al jugar con las bolas. Foto: M. España Se calcula que más de 600 bolas de fuego se tiran durante toda la noche. Foto: M. España La familia Coy posa con las bolas de fuego antes de iniciar con la jornada de juego. Foto: M. España
Aunque es un “todo contra todos”, quienes participan saben hasta dónde parar.
La policía no se acerca y los únicos que están alerta son los bomberos. Si una bola cae sobre un árbol, entre todos la logran sacar rápido para evitar un incendio.
El único incidente de este año se reportó en una farmacia que no logró cubrir la valla publicitaria del comercio, la manta vinílica del local se quemó en cuestión de segundos.
¿Qué pasa con las personas que se queman? Para eso está la pileta del parque, dicen. Sin embargo, hasta el momento los incidentes no han sido mayores como para que esta actividad se deje de hacer.
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Es una fiesta que, según dicen, tiene más de 100 años de tradición. Todos saben a qué se atienen si quieren salir la noche del 8 de diciembre, incluso la Municipalidad de San Cristóbal cubre sus semáforos con láminas para evitar incidentes mayores.
“Mi padre nos comentó que a la edad de 5 años ya veía que el juego de bolas de gas existía (1940), en ese entonces se jugaba una sola bola de gas en el parque”, cuenta Freddy Coy Chen, quien presta su casa como un pequeño cuartel antes de la hora cero.
Con los años, la tradición ha cambiado y ahora no se quema una bola de gas, sino alrededor de casi 600 bolas que vuelan de forma simultánea.
Pese a que esta fiesta nació por celebrar un día religioso, en la actualidad el objetivo principal es divertirse “somos una familia de primos y hermanos que desde noviembre preparamos nuestras bolas. No hay una dinámica en sí, solo es de divertirse, convivir con más personas y sentir la adrenalina”, cuenta Juan Carlos Coy de 21 años.
Las bolas se preparan con ropa vieja, alambre de amarre y se bañan con gasolina, diesel, aceite quemado o cualquier otro producto inflamable que ayude a que la llama arda por más tiempo.
En el caso de los participantes, deben vestirse con ropa que no sea de materiales sintéticos y cubrirse el rostro, los brazos, las manos y las piernas lo más que puedan para evitar quemaduras.
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Los niños también juegan afuera de sus casas con la supervisión de sus padres y aunque parezca peligroso, para ellos es tan solo como si estuvieran jugando una chamusca, pero con una pelota de fuego.
A las 11 de la noche se empieza a sentir el cansancio y para medianoche la actividad ya terminó. Sin bolas y sin fuego, todos regresan a su casa riendo, disfrutando de la catarsis que vivieron y planeando el siguiente 8 de diciembre.
¡Que lo distinto te encuentre!